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jueves, 2 de abril de 2009

Mensaje Degradante *

Muchos síntomas que se exteriorizan en este organismo llamado sociedad demuestran que algo negativo está pasando. Representan indicios de esta enfermedad la violencia que se extiende sin límites y hasta el subliminal mensaje que se esconde tras una música que se presenta como alegre. Una música y un mensaje que están siendo tarareados por nuestro tesoro más preciado: los jóvenes.

Con justa razón un sector de la sociedad rechaza con vehemencia esa pseudo poesía que nos invade por radio, video clips, bailantas, recitales, boliches, siempre adornada con vivaz y contagiosa melodía. Un signo inequívoco de degradación cultural.
Hay una sensación de precarización, mientras en casillas de chapa cartón, madera y nylon negro parece fundarse un nuevo concepto de lo que otrora fueron las ideas de progreso, cultura y mejoramiento de la raza humana, condición a la que es lícito y obligatorio aspirar.

Otros defienden este tipo de arte. Porque hace a la cultura popular, porque está prohibido prohibir, porque la censura es dictatorial, porque es la expresión de nuestros jóvenes y muchísimos otros razonamientos imaginables. Quizás entre estos también se encuentre el de resguardar los ingresos económicos que pueda producir la grabación y venta de esta novedad.

Y así los padres y abuelos de este tiempo escuchamos a nuestros hijos y nietos, repitiendo expresiones que nos asustan. Loas a la cocaína y la bolsita; desprecio a la yuta o los ortivas; u otras como el pete, salir de caño, la birra, etc. Muchos, sobre todo los más pequeños, desconocen el significado y alcance de este resurgimiento y actualización del lenguaje lunfardo. Pero, como les gusta el ritmo contagioso, lo van incorporando inocentemente a su formación y comunicación.

Más allá de una u otra posición, es claro que detrás de muchas estrofas de la “cumbia villera” se esconde un reclamo desde los sectores más desprotegidos de nuestra sociedad. Pero, expresar que se está orgulloso de ser un villero es una frase apocalíptica que encierra un rechazo total y absoluto hacia el resto de la sociedad.

Estar orgulloso de pertenecer a una villa es una falacia, es una mentira tan grande que nos debe motorizar a descubrir la verdad y ponernos a trabajar para cambiar esa realidad. Decirse villero a sí mismo es la negación absoluta de la autoestima, es sinónimo de marginación, enfermedad, analfabetismo, pauperización, indignidad, desesperanza. Es gritar silenciosamente: tengo hambre, tengo frío, te odio. Pero también significa ayúdame, auxíliame, te necesito. También es poner en claro que se es villero porque otra parte de la sociedad quiere que lo sea. La que los empuja a que sus dioses sean el color de una camiseta de fútbol, la droga, el alcohol, la esquina.

Ni los villeros deben sentirse orgullosos de serlo ni los que no lo son deben rechazarlos. Debemos poner el hombro para desechar esa humillante condición en cada rincón del país, para que dejen de ponderarse impunemente los vicios más insanos y degradantes de la condición humana y en vez de ello resurja en todos los argentinos la esperanza de una vida más digna.
*FUENTE: Editorial de Diario La Mañana – Formosa –02/04/2009